La misa central en horas de la mañana de este miércoles, en el séptimo día del novenario en honor a la Virgen de los Milagros de Caacupé, fue presidida por el Monseñor Miguel Ángel Cabello Almada, Obispo de la Diócesis de Concepción y vicepresidente de la Conferencia Episcopal Paraguaya.
El prelado reflexionó sobre el tema: “Esperanza para los privados de libertad y para las personas que padecen por consumo, dependencia o abuso de sustancias y otras adicciones”:
ESPERANZA PARA LOS PRIVADOS DE LIBERTAD
De modo especial, en este día del novenario, se nos invita a pensar y llevar la esperanza a los hermanos privados de libertad y a aquellos que padecen por consumo, dependencia o abuso de sustancias y otras adicciones.
En primer lugar, todos sabemos la cantidad inmensa de personas privadas de su libertad, muy probable que tengamos un pariente, familiar, amigo y amiga; son hermanos nuestros, varones y mujeres, presos por diversos motivos en nuestras cárceles y penitenciarías.
Constatamos tristemente la realidad de su hacinamiento porque la cantidad de recluidos sobrepasa lo que la institución penitenciaria puede acoger.
Además, se puede evidenciar que algunos lugares de reclusión son recintos, a veces, inhumanos, insalubres, con peligros de violencia interna; tráfico de armas, de drogas, y torturas.
CARENCIA DE PROGRAMAS DE REHABILITACIÓN
Pero, lo más preocupante es la carencia de programas claros de rehabilitación para la posterior reinserción social de aquellos que ya han purgado su condena.
No se dispone, muchas veces, de un programa de educación integral, moral, religiosa, de formación profesional para su reintegración a la vida de la sociedad.
A veces, duele decir que las cárceles son, lamentablemente, escuelas para aprender a delinquir. Es una realidad que poco a poco, radicalmente, es posible cambiar.
Por otro lado, podemos también constatar recuperaciones positivas durante el tiempo de reclusión. Conocemos personas que en la cárcel han aprendido algún oficio o se han convertido a la fe.
NO PERDER LA ESPERANZA
Los que están en la cárcel en este momento no deben perder la esperanza de una conversión, de un cambio de mente y corazón con la ayuda de Dios y de la Virgen María.
Pedimos a nuestras autoridades para que tengan una atención especial a los hermanos privados de libertad. Ellos son seres humanos, tienen dignidad y merecen respeto.
Seguramente ya lo están haciendo, pero es necesario que haya políticas públicas claras para evitar el hacinamiento y el abandono.
A este fin sería deseable: primero, el aceleramiento de los procesos judiciales; porque muchos están años sin haber recibido una sentencia sobre su caso.
Es posible aún que muchos estén de forma inocente, pagando una culpa que no tuvieron. Y, por otra parte, hay muchos que deberían haber estado dentro, por diversos delitos cometidos y males ocasionados a la familia y a la sociedad, pero siguen gozando de libertad por la impunidad reinante.
Segundo, la construcción de sedes penitenciarias y planificación de un sistema de vida interno que ayude realmente a la reeducación integral de los reclusos.
Todos los ciudadanos del país tenemos que sentirnos comprometidos en este proyecto, y no solo los agentes del gobierno de turno.
FORTALECIMIENTO EN LA ESPERANZA
A los hermanos privados de libertad, les invitamos para que este Año Jubilar sea un tiempo de renovación de vida y de fortalecimiento en la esperanza. Seguramente pedirán por esa ansiada libertad física, como es comprensible.
Pero, no se olviden que todo debe comenzar por una libertad espiritual, la libertad del corazón, que es fruto del Espíritu, un don de Dios, que debemos pedir cada día.
ESPERANZA PARA LOS QUE PADECEN DE ADICCIONES
No podemos olvidar, asimismo, a los que están privados de libertad, no de manera física, sino psíquica y espiritual, porque están dominados por diversas adicciones: drogas, estupefacientes, alcohol, tabaco, vapeadores, juegos de azar, hasta el apego excesivo por los celulares.
Hay muchas personas, sobre todo jóvenes, que viven prácticamente esclavizadas por el consumo y dependencia de drogas psicoactivas. Todas son tóxicas, son venenos que dañan el cerebro, perturban la mente, debilitan la voluntad; hacen perder la conciencia de uno mismo y el dominio de lo que se hace.
Estas personas adictas se van matando a sí mismos: su condición física, su economía, reputación, y van matando al mismo tiempo su familia y la sociedad.
GRAVE RESPONSABILIDAD MORAL
Si nos preguntamos por qué se da esta realidad, podemos echarle la culpa, en primer lugar, a los que compran estos productos dañinos. Hay una grave responsabilidad moral en el acto de comprar, porque es libre y responsable.
Duele ver a personas adultas y jóvenes gastar una fortuna para acceder a estas drogas. Otros adictos viven robando y, a veces, hasta matan por sacar unas monedas y comprar su maldita droga. Me imagino el dolor, el sufrimiento y la impotencia de sus familiares y seres queridos.
La sociedad debe dar respuesta a este flagelo. Muy particularmente nuestras autoridades responsables del bien común.
La familia debe cuidar de la situación anímica y espiritual de sus miembros, especialmente de los adolescentes y jóvenes. Debe ayudarles a dar sentido a la vida. Las instituciones educativas no pueden descuidar la formación en valores.
ADICCIONES, CULPA DE LOS QUE VENDEN
Pero esta realidad de las adicciones es también culpa de los que venden. Hay un esquema de comercio para el cultivo, la elaboración, el tráfico, y la venta nacional e internacional. Muchos son los que lucran, se enriquecen con este negocio ilícito.
A diario vemos en los medios de comunicación los esquemas bien ordenados de producción, tráfico y comercialización. Vemos también procedimientos de incautación de drogas por parte de organismos del Estado, aunque nunca se sabe del destino final de los mismos.
Escuchamos que son aprehendidos algunos trabajadores menores, mientras que los propietarios andan siempre con paradero desconocido.
Se habla de narcopolítica, es decir, de la financiación de la política o de sus campañas electorales con dinero del crimen organizado, fruto de la comercialización de las drogas.
Nuestra nación paraguaya debe rechazar convertirse en un “narco-Estado”.
No podemos permitir que se sigan envenenando a nuestros jóvenes en las esquinas, a la salida de las escuelas, colegios, universidades.
No se puede permitir la complicidad inmoral de algunos miembros de los organismos judiciales: fiscales, jueces, y de los órganos de seguridad del Estado para permitir la venta impune de estas sustancias nocivas.
No se puede permitir que se siga condenando a los adolescentes y jóvenes a una silenciosa y lenta destrucción y muerte. Una sociedad enferma es una sociedad sin futuro.
RENOVAR Y RECOMENZAR LA VIDA
Decimos, a nuestros hermanos adictos; mírate a ti mismo, valórate, ámate. Eres hijo de Dios, hijo de la Virgen Santísima. María es tu madre que reza y llora por ti. Procura salir de este mal. Tu liberación empezará solo con tu decisión firme. Decídete a renovar y recomenzar tu vida.
A los padres y familiares: no se cansen de acompañar a sus hijos o familiares adictos; oren por ellos, porque para Dios nada hay algo imposible; no pierdan la esperanza.
A las autoridades de gobierno: diseñen políticas públicas y planes efectivos para erradicar el mal de las adicciones. Apoyen a los centros de ayuda.
A la Iglesia, a las diócesis, parroquias y comunidades: acompañen a los hermanos adictos, organicen proyectos de prevención, tratamiento y acompañamiento para su reinserción a la sociedad. Ellos son, hoy, los nuevos excluidos, marginados y leprosos de la sociedad. Necesitan más que nunca de nuestra atención y ayuda fraterna.
Debemos ser como el Buen Samaritano que no teme acercarse al caído en las adicciones, al golpeado, maltratado y herido en su vida. Curemos la herida del corazón, levantemos su autoestima y animémoslos a realizar un nuevo comienzo.